martes, 30 de noviembre de 2010

Hay que saber ganar.


El post de hoy no va a ser lo que esperáis, es, simple y llanamente, una reflexión.

Ayer el Barça ganó al R. Madrid por 5-0. Genial, me parece estupendo. Hay que reconocer que el equipo de Pep ha sabido jugar mejor que el de Mou.

A mí el fútbol ni me va ni me viene. Si acaso lo viví un poco más con la Eurocopa o con el pasado Mundial, pero poco más, pero no es algo que me emocione, así que vaya por delante que no hablo como forofa, sino como espectadora.

Lo que vengo a decir es que no paro de ver en las últimas horas a gente haciendo leña del árbol caído. Me parece genial que se celebre, incluso que se hagan bromas (¿Qué sería de la vida sin un poco de humor?) Pero lo que no me parece bien es que se utilice como pretexto para humillar a nadie. ¿Qué necesidad hay? ¿Y si hubiese sido al revés? Seguro que ya no haría tanta gracia.

Esto lo digo a raíz de un comentario de una persona, conocida mía, que dio a entender que había que humillar a los madridistas. ¿De verdad es necesario?

Lo siento, pero no puedo entender que algunos forofos de un equipo tan grande como es el Barça tengan la mente tan pequeña.

Ojo, esta crítica es aplicable a la inversa también. Si el Madrid o cualquier otro equipo hiciera lo mismo, sería igual de criticable.

Pues eso, perdonad el "inciso" y sed buenos

lunes, 29 de noviembre de 2010

Rabia


Todo comenzó el día que empecé a trabajar en uno de los centros comerciales de la zona. El primero en tenderme la mano y hacer de cicerone fue Carlos. Fue él el que me explicó cómo funcionaba la caja registradora, el teléfono interno y los tipos de clientes con los que me podía topar y cómo actuar con ellos. Vamos, todo lo que tenía que saber para poder desenvolverme bien, por lo que no fue de extrañar que los primeros días se quedara a comer conmigo o me trajera algún café cuando me encontraba especialmente agobiada.

Carlos no era uno de esos hombres espectaculares que llenan revistas y carpetas adolescentes. Su belleza era más serena, más cotidiana, y eso me encanta en un hombre. Y lo mismo debió pensar él de mí, porque alguna que otra noche acabamos compartiendo cama.

Lo nuestro no era una relación al uso. Nos gustábamos, sí, pero habíamos decidido de mutuo acuerdo que lo nuestro sería sexo sin compromiso y tan amigos.

Al principio no entendía por qué, pero Sonia, la jefa de personal, no paraba de tirarme indirectas primero, y puyas después. Hasta que Carlos me lo explicó: él y Sonia habían llegado al mismo acuerdo que nosotros, salvo que mientras yo le veía como un buen amigo con el que pasar buenos ratos, ella le veía como algo más, y estaba decidida a luchar por él.

Pasaron los meses, y la relación con Sonia acabó siendo cualquier cosa menos cordial. Al ser ella jefa de personal, podía boicotear mi trabajo fácilmente. Y vaya si lo boicoteó. A los pocos días de nuestro último enfrentamiento me llegó una carta de despido diciéndome que debía abandonar mi puesto en los próximos días..

Decidí que ya que me encontraba en el paro, el tiempo que no estuviera entregando currículum los pasaría cocinando. Cocinar siempre me ha relajado y además, siempre podría salir airosa de cualquier cita.

Al día siguiente de mi despido, decidí empezar en serio con la cocina, así que me encontraba con la cocina llena de cachivaches y comida. Estaba fileteando la carne cuando llamaron al timbre. Era Sonia. La muy zorra tenía la desfachatez de presentarse en mi casa para jactarse de su victoria.

Como es normal acabamos enzarzadas en una discusión y de las gordas. Con el agobio del momento empecé a sentir calor. Mucho calor. Los insultos iban en aumento, y a cada grito la cabeza me dolía cada vez más. Jamás había sentido tanta rabia e impotencia.

No sé qué pasó, pero de repente todo se volvió negro y a mi alrededor se hizo el silencio.

Cuando la luz volvió a mí comprobé que estaba tirada en el suelo, y un zumbido en los oídos me aturdía. Poco a poco el zumbido fue desapareciendo, y cuando lo hizo recobré las fuerzas suficientes para levantarme.

Cuál fue mi sorpresa cuando al hacerlo comprobé que tenía las manos cubiertas de sangre. Mi primera reacción fue la de mirarme, pero no tenía ninguna herida, así que fui corriendo a buscar a Sonia.

El mundo se me cayó a los pies cuando la vi tirada en el suelo frente a la puerta, llena de sangre.
Me fui hacia ella implorando que estuviese viva. Le tomé el pulso, pero no lo se lo encontré. Le puse un espejito debajo de la nariz para ver si se empañaba, pero no lo hizo. Entonces comprendí que la había matado.

¿Pero cómo había pasado? ¿Por qué no recordaba nada? ¿Cómo habíamos llegado a esto?
Quise llorar, pero no me salían las lágrimas. Ni siquiera me salían los pensamientos.

Me pasé las siguientes horas sentada en cuclillas en el pasillo con la mente en blanco, intentando que la cordura me hiciera una visita y me diera un buen consejo, pero como era de esperar no vino.

Cuando estaba empezando a salir de aquel trance me vino una idea a la mente: deshacerme del cadáver. Pero luego pensé que me iban a pillar de todas formas, así que lo más sensato sería llamar a la policía y dar la cara.

Marqué el 091 y cuando al otro lado de la línea se descolgó el teléfono no pude articular palabra alguna y lo único que me salían eran lágrimas, sollozos e hipidos.

No lo puedo asegurar, pero supongo que estuve llorando con el teléfono en la mano el tiempo suficiente como para que la policía localizara la llamada y viniera a mi casa, pensando que era yo la víctima.

Policía, abra la puerta. -oí decir al otro lado de la puerta.

Quise levantarme o decir algo, pero era incapaz de moverme o de mover los labios. Lo único que podía hacer era llorar, llorar y llorar.

¿Se encuentra bien, señorita? Si no abre la puerta, la echaremos abajo.

Oí como la puerta caía al suelo con un estrepitoso estruendo y cómo uno de los agentes me pedía que me levantara antes de que volviese aquel zumbido a los oídos.

******

-Nadia, levántate.

No entendía lo que estaba pasando.
-Nadia, despierta.
-¿Carlos? ¿Qué ha pasado?
-Estabas teniendo una pesadilla, y de las malas, porque hasta has tirado el vaso que tenías en la mesita de noche..
-¿En serio?
-Sí. Anda sigue durmiendo, aún quedan unas horas antes de ir a trabajar, y tienes que ir a descansar, que mañana va a ser un día duro.
-¿Por qué?
-¿No te acuerdas? Echaron a Sonia del trabajo, y mañana se decide quién ocupará su puesto.
-Ah, sí... no me acordaba. Buenas noches.
-Buenas noches.

Aún seguía algo alterada, pero finalmente me quedé dormida mientras Carlos me acariciaba el pelo.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Los demonios también claudican


El timbre sonó varias veces antes de que me despertara. Salí de la cama como pude, y mientras me cubría con la bata de raso me tropecé con uno de los zapatos que había perdido por el pasillo cual Cenicienta. Pero estaba segura de que aquellos timbrazos no eran obra de mi príncipe azul. Básicamente porque yo no uso de eso; los príncipes azules destiñen, y para uno que creí haber encontrado, cuando le besé se me convirtió en rana.

-¿Quién es? -pregunté con voz de ultratumba.
-Soy yo, Sergio.
-…
-¿Me abres o acampo en tu puerta? Tenemos que hablar de lo de ayer.

Me hubiera gustado decirle que no, que no había nada de lo que hablar, y que se marchara, pero conociéndole, seguro que era capaz de acampar en el rellano. Así que decidí dejarle entrar.
Pasa- dije mientras abría la puerta.

Al entrar a casa Sergio hizo un esfuerzo por mirarme a mí y no al desorden que inundaba la casa.

-Perdona el desastre, me acabo de despertar, así que no me ha dado tiempo a ordenar nada... Bueno, ¿y qué querías?
-Aclarar lo de ayer.
-¿Qué hay que aclarar? ¿La bronca que me echaste sin venir a cuento o el polvo que echamos ? Es que no lo tengo muy claro...
-Nadia, por favor, que he venido de buenas.
-Está bien, perdona. ¿Quieres un café?
-¿Y no prefieres una tila? Te veo un poco... alterada.

Quise matarle. En ese momento quise matarle, pero después comprendí que deshacerme del cuerpo y preparar una coartada iba a ser mucho lío, así que simplemente le lancé una mirada fulminante y delante de él preparé el café más cargado que jamás probé. Me supo a rayos, pero lo que fuera con tal de joder.

Mientras esperaba a que el café se hiciera no pude evitar querer que la tierra se me tragara. O que se lo tragara a él. No, el señorito no podía venir hecho un desastre cuando yo tuviese la casa como una patena y yo impecable, no, tenía que venir estando él de punta en blanco y yo con la casa que parecía una leonera y yo despeinada, resacosa y medio en bolas. Genial, empezaba bien el día.

Serví los cafés, y me dispuse a escuchar lo que me tuviera que decir.

-Oye, Nadia, respecto a lo de ayer...
-¿Sí?
-Bueno, no sé yo qué pensarás, pero creo que no debería haber pasado nada.
-Mira, por primera vez en mucho tiempo estamos de acuerdo -dije con mi habitual tono sarcástico.
-Por eso quiero pedirte perdón por la bronca que te eché ayer... aunque reconoce que lo de histérica te lo tenias bien merecido...
-¿Perdona?
-Nadia, reconoce que un poc...

Antes de que acabara la frase, Sergio ya estaba recibiendo un cojinazo de los que hacen historia. Claro, que él no se quedó corto y me lo devolvió, se lo volví a devolver y estuvimos así un buen rato, hasta que la casa acabó hecha un desastre, Sergio despeinado y yo con la bata de raso -lo único que me había puesto para abrir la puerta- a punto de enseñar más que sugerir. No sé qué paso, pero al intentar incorporarme para colocar la bata en su sitio, pisé algo resbaladizo y caí justo encima suya. Intenté pedirle perdón, pero él me cayó con un beso.

Tentada estuve de enfadarme, de decirle que conmigo no se juega, que no puede utilizarme como le venga en gana. Pero es que cuando él me besa se me rompen todos los esquemas y soy incapaz de articular palabra o pensamiento alguno y me dejé llevar.

A los dos minutos nuestras ropas estaban tiradas por doquier, sin importar dónde caían ellas o dónde estaba cayendo yo. Sé que siempre me prometí no acostarme con un ex, y siempre lo he llevado a rajatabla, hasta que le conocí a él.

En aquellos momentos mi ángel y mi demonio mantenían una azarosa discusión acerca de lo correcto, pero hacían tanto ruido que no oí ni a uno ni a otro.

Sé que debería parar todo aquello porque sé que en el balance final me haría más mal que bien, pero supongo que debo tener un lado autodestructivo, porque no podía parar aquello. Sí, reconozco que soy más débil de lo que muchas veces quiero aparentar, pero cuando sus besos empezaron a caer por mi cuello y sus caricias se derramaron por mi cuerpo no tuve valor ni ganas de decirle que parase.

Me sentía mal. La noche anterior Sergio se presentó en mi casa con no recuerdo qué excusa y acabamos peleándonos primero y echando un polvo después. Luego se va como si nada y apenas unas horas después vuelve a mi casa y de nuevo me insulta y me lleva a la cama. Sentí que no tenía el control sobre nada de aquello. Yo, que necesitaba tenerlo todo bajo control ahora se me estaba yendo de las manos. Y eso me asustaba y me hería el orgullo.

Me quité a Sergio de encima y le obligué a sentarse en una de las pocas sillas que estaban libres de ropa y cachivaches. Apenas le di tiempo para acomodarse cuando me senté encima de él y mirándole a los ojos le cabalgué.

Poco a poco el miedo y el orgullo herido fueron desapareciendo, dejando paso al placer y los reproches se convalidaron por gemidos. Y poco a poco, la discusión entre mi ángel y mi demonio se iba apaciguando.

Me corrí antes que él, pero no podía dejar que aquello acabara así. Me levanté y me fui a la ducha, haciéndole un gesto para que me acompañara.

Mientras el agua caliente caía sobre nosotros y el jabón limpiaba las pruebas del delito, me agaché ante su entrepierna y empecé a saborearla. Tenía muy claro que aquella iba a ser la última noche que pasaría con él, así que quería recrearme un rato en aquella verga que tan buenos momentos me había proporcionado.

Primero fueron unos besos pequeños alrededor de su miembro, luego fue muy lengua la que se paseaba a sus anchas por allí y finalmente fueron mis labios los que la abarcaron para subir y bajar por ella bailando al ritmo de los espasmos previos al orgasmo, hasta acabar con tu leche en mi boca.

Supongo que al llegar al clímax comprendimos que aquello no llevaba a ningún lado y que lo mejor era que cada cual siguiese su camino, sin buscar excusas para vernos. Aún estaba demasiado reciente la ruptura, así que decidimos de mutuo acuerdo que lo mejor sería pasar el duelo por separado.

Cuando saliste por la puerta me senté y lloré. Los días anteriores había llorado más por el orgullo herido que por la pérdida, a fin de cuentas nuestra relación había acabado antes de que nosotros mismo tuviéramos constancia de eso. Pero ahora lloraba por haberte perdido.

Cuando terminé de llorar ya se había hecho de noche, pero aún así me pareció ver cómo mi ángel y mi demonio hacían las paces.

Quince años.


Podría empezar esta historia diciendo que lo que pasó no fue planeado, que eran cosas del destino. Pero mentiría.

Empezaré diciendo que por aquella época me trasladé a vivir a Londres, necesitaba un cambio en mi vida, y qué mejor sitio para empezar que en otro país. El primer trabajo que encontré fue en una conocida franquicia de comida rápida. No era mucho, pero daba para sobrevivir en aquella ciudad.

Aquella tarde mi turno estaba a punto de terminar cuando oí su voz pidiendo uno de los menús que se anunciaban en el establecimiento. Han pasado unos quince años desde el instituto, pero aún recuerdo su voz, aunque sus palabras sean en otro idioma.

No me lo podía creer... Había cambiado, es normal, quince años son muchos años, pero aún así, estaba casi igual. Me cambié a toda prisa y esperé apostada en la parada de autobús que había en la puerta del restaurante, si es que a aquel antro podía llamarse así, y esperé a que saliera.

Al cabo de un rato salió sólo y con la mirada algo perdida, así que no dudé en acercarme a él.

-¿Jorge?
-¿Sí? -Me miró algo extrañado, pero al cabo de unos segundos me reconoció.
-¿Nadia? ¡Qué sorpresa! ¿Qué haces tú por aquí?
-Trabajo aquí -dije mirando la puerta por la que acababa de salir unos segundos antes.
¿Y tú?
-He venido a desconectar un poco. Ha sido un viaje de una semana. Me voy mañana por la tarde.

Al final acabamos en una cafetería contándonos nuestras vidas entre risas y cafés imbebibles. En un momento indeterminado de la charla nos quedamos callados y supimos que acabaría pasando lo que debió pasar hace quince años. No sé si fue para callar aquel silencio incómodo o por simple impulso, pero acabamos uniendo nuestros labios en un beso tan intenso como esperado.

Salimos de aquella cafetería besándonos mientras nos chocábamos contra los portales, sin importarnos (ni entender) lo que parecían quejas de vecinos Llegamos al cuchitril que tenía alquilado por Notting Hill y entramos en el dormitorio dejando un reguero de prendas y zapatos desperdigados por el pasillo, para no perder el camino de vuelta a la cordura.

Te tenía delante y no me lo podía creer. Desde que nos conocimos en el instituto siempre supimos que entre los dos había atracción mutua, pero debido a las circunstancias, ninguno de los dos nos atrevimos a dar el primer paso para no acabar con la amistad que unía a la pandilla. Cuando tu familia se trasladó a otra ciudad poco antes de que cumpliéramos dieciséis años, pensé que nunca más volvería a verte. A fin de cuentas, debido a la profesión de tu padre nunca pararías mucho tiempo en el mismo destino.

Pero ya no estábamos en el instituto, ni siquiera en España, y la pandilla se había disuelto casi por completo. Y ya no éramos adolescentes, sino adultos a los que la vida les ha enseñado a aprovechar el momento. Carpe diem, que diría el poeta.

Nuestro primer beso fue uno de esos besos tímidos, casi de los que se dan pensando en que o te responden con otro beso o con calabazas, pero después pasamos inmediatamente a los besos que saben que tienen las horas contadas. Nos besábamos como dos reos que saben que van a morir mañana. Y no era eso lo que quería. Quería saborearlos, disfrutarlos, retenerlos en el paladar y en la memoria.

Me separé de ti unos centímetros, lo justo para desorientarte un poco, y cuando te tuve a mi merced te besé con un beso largo y tierno, de esos que se quedan guardados en la memoria táctil de los labios. Luego, seguí besando tu cuello, a veces despacio y a veces acelerando un poco más el ritmo.
Aquella noche serías mío por unas cantas horas, y quería aprovecharlas al máximo.

Volví a mirarte y te vi desarmado, como si no me reconocieras o no te lo esperaras. Pero tu gesto de sorpresa se tornó en aquella sonrisa que me enamoró siendo una adolescente.

Los besos ahora bajaban por tu pecho, volvían a subir por tu cuello con la intención de darte un beso que parecía más bien un mordisco para acabar bajando por tu espalda mientras mi mano acariciaba tu entrepierna.

A aquellas alturas del partido tú no podías más y me lo hiciste saber. Me tumbaste en la cama boca arriba mientras ahora eras tú el que me besaba. Primero en los labios, luego los besos caían sin orden alguno -ni falta que hacía- sobre mi piel desnuda.

Antes de que te dieras cuenta te tumbé sobre la cama y me puse encima tuya. Sentí cómo entrabas dentro de mí y no sabes hasta qué punto me gustó aquella sensación. Nunca olvidaré tu cara mientras te cabalgaba al ritmo de nuestros gemidos.

La batalla cuerpo a cuerpo duró hasta el amanecer, momento en el que caímos rendidos de cansancio y placer.

Cuando desperté, sobre la mesilla de noche encontré una nota de despedida:



“Buenos días, Pelirroja. Me encantó lo de anoche, pero mi vuelo sale
en unas horas y aún tengo que recoger mis cosas.
Un beso. Nos vemos”

A aquellas hora en Londres el cielo estaba nublado y la lluvia lo cubría todo. Pero merecía la pena la lluvia.