viernes, 26 de noviembre de 2010

Los demonios también claudican


El timbre sonó varias veces antes de que me despertara. Salí de la cama como pude, y mientras me cubría con la bata de raso me tropecé con uno de los zapatos que había perdido por el pasillo cual Cenicienta. Pero estaba segura de que aquellos timbrazos no eran obra de mi príncipe azul. Básicamente porque yo no uso de eso; los príncipes azules destiñen, y para uno que creí haber encontrado, cuando le besé se me convirtió en rana.

-¿Quién es? -pregunté con voz de ultratumba.
-Soy yo, Sergio.
-…
-¿Me abres o acampo en tu puerta? Tenemos que hablar de lo de ayer.

Me hubiera gustado decirle que no, que no había nada de lo que hablar, y que se marchara, pero conociéndole, seguro que era capaz de acampar en el rellano. Así que decidí dejarle entrar.
Pasa- dije mientras abría la puerta.

Al entrar a casa Sergio hizo un esfuerzo por mirarme a mí y no al desorden que inundaba la casa.

-Perdona el desastre, me acabo de despertar, así que no me ha dado tiempo a ordenar nada... Bueno, ¿y qué querías?
-Aclarar lo de ayer.
-¿Qué hay que aclarar? ¿La bronca que me echaste sin venir a cuento o el polvo que echamos ? Es que no lo tengo muy claro...
-Nadia, por favor, que he venido de buenas.
-Está bien, perdona. ¿Quieres un café?
-¿Y no prefieres una tila? Te veo un poco... alterada.

Quise matarle. En ese momento quise matarle, pero después comprendí que deshacerme del cuerpo y preparar una coartada iba a ser mucho lío, así que simplemente le lancé una mirada fulminante y delante de él preparé el café más cargado que jamás probé. Me supo a rayos, pero lo que fuera con tal de joder.

Mientras esperaba a que el café se hiciera no pude evitar querer que la tierra se me tragara. O que se lo tragara a él. No, el señorito no podía venir hecho un desastre cuando yo tuviese la casa como una patena y yo impecable, no, tenía que venir estando él de punta en blanco y yo con la casa que parecía una leonera y yo despeinada, resacosa y medio en bolas. Genial, empezaba bien el día.

Serví los cafés, y me dispuse a escuchar lo que me tuviera que decir.

-Oye, Nadia, respecto a lo de ayer...
-¿Sí?
-Bueno, no sé yo qué pensarás, pero creo que no debería haber pasado nada.
-Mira, por primera vez en mucho tiempo estamos de acuerdo -dije con mi habitual tono sarcástico.
-Por eso quiero pedirte perdón por la bronca que te eché ayer... aunque reconoce que lo de histérica te lo tenias bien merecido...
-¿Perdona?
-Nadia, reconoce que un poc...

Antes de que acabara la frase, Sergio ya estaba recibiendo un cojinazo de los que hacen historia. Claro, que él no se quedó corto y me lo devolvió, se lo volví a devolver y estuvimos así un buen rato, hasta que la casa acabó hecha un desastre, Sergio despeinado y yo con la bata de raso -lo único que me había puesto para abrir la puerta- a punto de enseñar más que sugerir. No sé qué paso, pero al intentar incorporarme para colocar la bata en su sitio, pisé algo resbaladizo y caí justo encima suya. Intenté pedirle perdón, pero él me cayó con un beso.

Tentada estuve de enfadarme, de decirle que conmigo no se juega, que no puede utilizarme como le venga en gana. Pero es que cuando él me besa se me rompen todos los esquemas y soy incapaz de articular palabra o pensamiento alguno y me dejé llevar.

A los dos minutos nuestras ropas estaban tiradas por doquier, sin importar dónde caían ellas o dónde estaba cayendo yo. Sé que siempre me prometí no acostarme con un ex, y siempre lo he llevado a rajatabla, hasta que le conocí a él.

En aquellos momentos mi ángel y mi demonio mantenían una azarosa discusión acerca de lo correcto, pero hacían tanto ruido que no oí ni a uno ni a otro.

Sé que debería parar todo aquello porque sé que en el balance final me haría más mal que bien, pero supongo que debo tener un lado autodestructivo, porque no podía parar aquello. Sí, reconozco que soy más débil de lo que muchas veces quiero aparentar, pero cuando sus besos empezaron a caer por mi cuello y sus caricias se derramaron por mi cuerpo no tuve valor ni ganas de decirle que parase.

Me sentía mal. La noche anterior Sergio se presentó en mi casa con no recuerdo qué excusa y acabamos peleándonos primero y echando un polvo después. Luego se va como si nada y apenas unas horas después vuelve a mi casa y de nuevo me insulta y me lleva a la cama. Sentí que no tenía el control sobre nada de aquello. Yo, que necesitaba tenerlo todo bajo control ahora se me estaba yendo de las manos. Y eso me asustaba y me hería el orgullo.

Me quité a Sergio de encima y le obligué a sentarse en una de las pocas sillas que estaban libres de ropa y cachivaches. Apenas le di tiempo para acomodarse cuando me senté encima de él y mirándole a los ojos le cabalgué.

Poco a poco el miedo y el orgullo herido fueron desapareciendo, dejando paso al placer y los reproches se convalidaron por gemidos. Y poco a poco, la discusión entre mi ángel y mi demonio se iba apaciguando.

Me corrí antes que él, pero no podía dejar que aquello acabara así. Me levanté y me fui a la ducha, haciéndole un gesto para que me acompañara.

Mientras el agua caliente caía sobre nosotros y el jabón limpiaba las pruebas del delito, me agaché ante su entrepierna y empecé a saborearla. Tenía muy claro que aquella iba a ser la última noche que pasaría con él, así que quería recrearme un rato en aquella verga que tan buenos momentos me había proporcionado.

Primero fueron unos besos pequeños alrededor de su miembro, luego fue muy lengua la que se paseaba a sus anchas por allí y finalmente fueron mis labios los que la abarcaron para subir y bajar por ella bailando al ritmo de los espasmos previos al orgasmo, hasta acabar con tu leche en mi boca.

Supongo que al llegar al clímax comprendimos que aquello no llevaba a ningún lado y que lo mejor era que cada cual siguiese su camino, sin buscar excusas para vernos. Aún estaba demasiado reciente la ruptura, así que decidimos de mutuo acuerdo que lo mejor sería pasar el duelo por separado.

Cuando saliste por la puerta me senté y lloré. Los días anteriores había llorado más por el orgullo herido que por la pérdida, a fin de cuentas nuestra relación había acabado antes de que nosotros mismo tuviéramos constancia de eso. Pero ahora lloraba por haberte perdido.

Cuando terminé de llorar ya se había hecho de noche, pero aún así me pareció ver cómo mi ángel y mi demonio hacían las paces.

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