viernes, 10 de diciembre de 2010

Tres no son multitud


Hacía tiempo que David y yo ya no nos comportábamos como una pareja, así que decidimos dejarlo. Los primeros días fueron extraños: por un lado, aquella ruptura fue como una liberación, pero por otro lado no podía evitar sentirme mal, así que acabé refugiándome en mis dos mejores amigos, Jaime y Andrés.

Les conocí en la tienda de deportes en la que trabajaba y conectamos desde el primer momento. He de decir que siempre, desde que iba al jardín de infancia me he sentido más a gusto entre chicos que entre chicas, y no es por la rivalidad que supuestamente hay entre nosotras, sino porque no iba conmigo lo de fingir que era madre o cocinar en una olla vacía alimentos invisibles. Claro que también jugaba a papás y mamás, pero siempre que podía, acababa jugando al escondite, al pilla pilla, al fútbol e incluso a las chapas, y claro, eso implicaba pasar más tiempo con chicos que con chicas.

Los tres llevábamos una media de nueve meses en aquella tienda, y nos habíamos convertido en inseparables, tanto, que a David le llegaron rumores absurdos que al final acabaron con nuestra relación. Fue por eso mismo por lo que me tocó a mí dejarle el piso a David.

Jaime y Andrés me propusieron que me quedara a vivir con ellos; a fin de cuentas tenían una habitación libre, y con el alquiler podrían llegar mejor a fin de mes sin tener que alquilarle la habitación a ningún desconocido. Al final acepté.

Fueron pasando los meses y el acercamientos entre los chicos y yo era cada vez más evidente. Siempre se dice que por muy bien que te caiga alguien, la convivencia suele estropearlo todo, pero en nuestro caso fue al contrario: no había problemas ni con la limpieza, ni roces, y todos llevábamos a rajatabla las tareas que nos tocasen. En definitiva: eran los compañeros ideales.

Un fin de semana, después de varias cervezas, acabamos jugando a “Yo nunca”. Para quién no lo sepa, el juego consiste en empezar una frase diciendo “yo nunca” y acabarla con una acción. Los que alguna vez hayan realizado esa acción deberán beber un trago de una bebida alcohólica. Las frases, por lo general, hacen referencia a la vida privada de los otros concursantes.

La verdad es que me sentí como una quinceañera jugando a aquello, pero he de reconocer que fue una de las experiencias más reveladoras de mi vida. Y no sólo por las intimidades de mis amigos.

Llevaríamos tres botellines de cerveza cada uno cuando uno de ellos, no recuerdo bien quién fue, dijo: “Yo nunca me liaría con mi mejor amigo” Aquella frase fue como un mazazo para mí. Hasta ese momento no me había dado cuenta, o no me quería dar cuenta de que mis mejores amigos me gustaban, así que no tuve más remedio que darte un trago al botellín. Nobleza obliga, dicen. Justo después de eso me disculpé y me fui a la cama, alegando que tanta cerveza no era buena para mí.

A los pocos días, Andrés y yo llegamos antes a casa, ya que Jaime se tuvo que quedar en la tienda haciendo caja. En la televisión estaban echando una película lacrimógena ganadora nominada a no sé cuántos Oscars y ganadoras de otros tantos.

Andrés se dio cuenta de que la película estaba haciendo mella en mí, así que me abrazó mientras me besaba el pelo.

No sé si fue por los efectos de la película, porque me sentía de bajón, por la luz o por qué, pero el caso es que me atreví a besarle. Al principio no hizo nada, pero luego se apartó y bajó la mirada.

-No podemos.
-¿Por qué no?
-Porque le gustas a Jaime -dijo azorado, como si estuviera cometiendo alta traición.
-Y él a mí.
-¿Y por qué me besas a mí?
-Porque tú también me gustas.

La cara de Andrés en ese momento era un poema. Creo que no sabía si le estaba vacilando, si iba en serio o si estaba borracha. Así que para disiparle las dudas volví a besarle, pero esta vez no fue un piquito, sino un beso de los de verdad, de los que te dejan sin argumentos para rebatir nada. Y pasó lo que tenía que pasar.

Estábamos quitándonos la ropa en el sofá cuando Jaime apareció por la puerta y se quedó mudo, pero su cara lo decía todo. Antes de que se fuera del salón fui hacia él.

-Jaime, espera, no te vayas.
-No quiero interrumpir.
-No interrumpes.
-¿Ah, no? ¿Y qué sugieres, que me quede mirando como un pasmarote? Además, os podríais ir a tu dormitorio, que no vivís sólos.
-Jaime, no te enfades -le dije mientras le besaba a él de la misma forma en la que antes besé a su amigo-
-¿Y esto?
-Pues que me gustáis los dos.

Supongo que aquello era demasiado para ambos, pero para demostradles que iba en serio tomé a Jaime de la mano y le conduje hasta el sofá donde empecé a besarles a los dos. Terminé de quitarle la camiseta a Andrés y me giré para despojar a Jaime de su ropa.

No, no, espera. Esto no funciona así.
¿Y cómo funciona? ¿Hay unas reglas fijas que si no las cumples te detienen? -pregunté irónica.
No, sabes que no. Pero es que esto no va así, tienes que elegir a uno de los dos.
¿Por qué? No os estoy pidiendo matrimonio, sólo un buen rato. Pero si no queréis, aquí paramos y todos tan amigos. -

Antes de acabar la frase ya le estaba besando y metiéndome mano en la entrepierna, que, aunque él no lo quisiera reconocer, estaba dura como una roca. Después, volví a besar a Andrés. Cuando se cansaron de turnarse, Andrés me puso encima suya, para así tener acceso a mis pechos, ya desnudos. No lo dudé un instante y me senté encima de su espada de carne, clavándomela hasta el fondo. Los gemidos no tardaron mucho en llegar.

Jaime, por su lado, estaba detrás de mí, besándome en la espalda y acariciando mis nalgas. No sé cómo, pero de repente noté cómo lubricaba mi culito y entraba por la puerta de atrás.

Nunca había estado en esa situación, así que me sentía un poco incómoda, ya que no sabía bien cómo manejar la situación, pero mis chicos supieron manejar la situación y coordinaron perfectamente sus movimientos.

Me sentía llenas y la sensación de placer era el doble. Vamos, que estaba en las nubes, tanto que fui la primera en correrme entre jadeos y espasmos y unos segundos más tarde me seguían Jaime y Andrés.

Aquella noche no dormimos, sobre todo porque nuestras cabezas eran un hervidero de preguntas, sensaciones y sentimientos encontrados, pero mereció la pena, ya que nuestra relación no sólo no se vio afectada, sino que el tiempo que duramos juntos en el piso fue una de las mejores etapas de mi vida.

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